"Nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero:
¡todos somos la obra de tus manos!"
(Isaías 64,7. De la primera lectura del primer domingo de Adviento)
Queridos hermanos y hermanas de la comunidad cristiana: ¡Gracias y Paz a ustedes!
El próximo domingo 29 iniciamos el tiempo litúrgico del Adviento, tiempo que nos dispone a recibir a "Aquel que llega", al que "está viniendo". Y se nos invitará al gozo y la alegría porque Aquel que viene es la bendición misma, el "Dios con nosotros", el bebé-niño Jesús que nos va nacer para reconciliarnos. Al mismo tiempo, coincidentemente en estos próximos días, más específicamente en la semana entrante, el Congreso volverá a tratar el delicado tema de la legalización del aborto en nuestra patria. Permítanme, por eso, a la luz de estos dos acontecimientos, tener una palabra de aliento, de luz y de esperanza.
Todavía están frescos en nuestras retinas los recuerdos (emociones, palabras, gestos) del extenso y difícil debate sobre la denominada "interrupción legal del embarazo" suscitado entre nosotros durante el 2018. Antes, incluso, de la votación definitiva entre los senadores, que expresó el rechazo a dicho proyecto, recuerdo haber dicho que -independientemente de los resultados de dicha votación (salga "pato o gallareta")- no había nada para festejar (no se trataba de un Boca/River, como muchos lo presentaron) y sí mucho por hacer.
Este año particularmente doloroso por la crisis a raíz de la pandemia del Covid-19, que ha venido a agudizar la crisis preexistente y desenmascarar las profundas desigualdades y carencias que ya teníamos, ha revelado lo certero de aquella intuición: estado, iglesias, ongs, sociedad intermedia"?
¡todos! tenemos mucho, ¡muchísimo! por hacer para cuidar la vida frágil.
No tiene sentido volver a insistir con discutir y explicitar los argumentos que en orden a distintas posiciones ya se esgrimieron ampliamente en el debate anterior. No tiene sentido, salvo que creamos que todo aquel proceso fue inconsistente y hagamos de cuenta que nunca sucedió, que nunca nos dimos la oportunidad de escucharnos.
El aborto no es un tema primariamente religioso, sino una cuestión de ética humana, anterior a cualquier confesión religiosa. Por eso, oponerse o no a esta cuestión no se juega en el campo de las "creencias" sino en el sólido terreno de las opciones morales de fondo que hacemos como pueblo: cómo tratamos a nuestros sectores más frágiles (el anciano, el jubilado, las personas con discapacidades, el pobre, el niño por nacer, el joven sin oportunidades de trabajo o estudio, el niño en situación de vulnerabilidad, la mujer que sufre la violencia, la "Madre Tierra" que padece de un contante abuso irresponsable) revela el talante moral que tenemos como patria. Nos hace grandes de veras, o miserables. Reconozcámoslo mirándonos a los ojos: no hemos sabido cuidar de la vida frágil. Reconozcamos los que somos creyentes una cuestión no menor, y animémonos a dar pasos: no hemos sabido, no hemos querido, o no nos hemos animado a "saltar" con la misma