Por  Sebastián M. Suárez, Médico Especialista en Endocrinología (UBA). Matrícula Nacional 110214 - Matrícula Provincial 451927

El renacimiento (movimiento iniciado en la Europa occidental en el siglo XV hasta el siglo XVI) significó un periodo de innegable progreso científico. Los avances en anatomía y ciencias médicas proporcionaron teorías y tratamientos basados en conocimientos fundamentados científicamente, desmitificando de esta forma las teorías Galénicas impuestas durante los últimos siglos previos a esa nueva era. El desarrollo en el conocimiento de la anatomía humana comenzó a cambiar las imágenes tradicionales de los órganos reproductores (en los cuales los ovarios eran simplemente testículos menos desarrollados) y permitió adquirir un vocabulario más específico para cada órgano sexual. Algunos de los ejemplos de la nueva visión médica fueron las obras de Leonardo Da Vinci (1452-1519) con sus dibujos de la anatomía humana (uno de los primeros en dibujar al feto en una posición intrauterina y las diferentes membranas fetales), y la creación de Andreas Vesalius (1514-1564) "The Humani Corporis Fabrica", en donde refutó algunos de los errores anatómicos de la medicina galénica. Sin embargo, aún describía a los órganos sexuales femeninos como contraparte similar a los masculinos. Pocos años más tarde, uno de sus discípulos llamado Gabriele Falopio (1523-1562) describió el útero, trompas y sus vasos. 

Durante el transcurso de este período de la historia prevalecieron dos teorías de pensamiento con respecto al origen de una nueva vida: 

a)Teoría Preformista: el gameto contenía un ser humano extremadamente pequeño, ya formado con todas sus partes como adul¬to, al que sólo le faltaba crecer. Se formaron dos gru¬pos oponentes: los espermistas, que proponían que el nuevo ser se encontraba en el espermatozoide, y los ovistas, que pensaban que era en el óvulo donde se encontraba el ser humano preformado.

b)Teoría de la Epigénesis: posterior a la primera. Afirma que luego de la fecundación, el huevo inicialmente indiferenciado se desarrollaba en una serie de pasos ordenados hasta completar su crecimiento. 

Girolamo Fabrizi dAcquapendente (1537-1619), considerado como uno de los fundadores de la embriología moderna, fue el autor de la primera obra ilustrada en la que describía la formación del embrión de pollo. En el año 1651 William Harvey (1578-1657), su discípulo, realizó nuevos trabajos sobre los embriones de pollo y adaptó el modelo de los animales ovíparos a los mamíferos. Llegó a la conclusión de que la nueva vida se producía en el útero después del coito y que los "testículos" de la hembra no desempeñaban ningún papel en absoluto. Dictaminó que "el huevo es el origen común de todo ser vivo". En 1672, Reigner de Graaf (1641-1673) describió al ovario (término acuñado previamente por Van Horne en 1668) y fundamentó el ciclo folicular a través de la disección de órganos sexuales de conejos. También describió las variaciones morfológicas que sufrían los ovarios al demostrar cómo cambiaban de color y se rompían tras el apareamiento. En 1673, el italiano Marcello Malpighi (1628-1694) estudió lo que creía eran huevos estériles de gallina y encontró en su interior embriones. Como resultado de sus observaciones consideró que en el huevo habría un ser preformado. Esta idea tan singular abrió una importante brecha en las teorías científicas clásicas, que se incrementaron aún más con el descubrimiento de los espermatozoides. Antonie van Leeuwenhoek (1632-1723), realizó junto a su asistente Johan Hamm la primera descripción sobre los espermatozoides humanos (este descubrimiento fue probablemente gracias a su desarrollo y mejoras previas en la fabricación del microscopio). Entre sus observaciones más notables se encuentra el descubrimiento en 1675 de la existencia de organismos microscópicos (a los cuales él llamó "animalcules") en agua estancada. Continuó sus investigaciones microscópicas hasta que en 1677 envió una carta a la Royal Society de Londres en donde describía "una multitud de pequeños animales vivientes (animalcules) en una muestra de semen, más de mil en el espacio de un grano de arena"?más pequeños que los glóbulos rojos, tienen el cuerpo redondeado, acabado en punta, y tienen una cola cinco o seis veces más larga que su cuerpo". Su siguiente carta a la sociedad, con fecha 18 de marzo de 1678, contenía un dibujo de los espermatozoides sorprendentemente exacta comparada con los métodos actuales de microscopía.

Si bien los elementos básicos para la formulación de la hipótesis sobre el origen de la vida fueron descubiertos hacia fines del siglo XVII con los aportes de De Graaf y Leeuwenhoek, no fue hasta fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX cuando los científicos pudieron establecer la acción conjunta del espermatozoide y del óvulo para la creación de un nuevo ser. En 1765, Lázaro Spallanzani (1729-1799) demostró que sin un contacto directo con el semen masculino no era posible la fecundación del huevo. En 1824, el químico francés J. B. Dumas (1800-1884) junto al médico suizo J. L. Prevost (1790-1859) demostraron la importancia del espermatozoide (no del líquido circundante como creyó previamente Spallanzani) para la generación de una nueva vida. Determinaron que el "poder fecundante" del semen disminuía progresivamente si se pasaba al mismo por distintos filtros. En 1827 el biólogo Karl Ernst Von Baer (1792-1876), describió por primera vez al óvulo de un mamífero (si bien los trabajos previos de De Graaf implicaban la presencia de un huevo, no fue hasta esta fecha que se constató la existencia del mismo) y en 1828 describió su teoría epigenetista sobre el desarrollo embrionario de los vertebrados, contraponiéndose de esta forma a la teoría preformacionista. En este sentido, el descubrimiento de Von Baer demostró una singularidad del sexo femenino: la posibilidad de producir una célula como punto de origen de un nuevo ser. Contrariamente los "anilmacules" eran considerados parásitos del semen y esta era la razón por la que el investigador les otorgó el nombre de "espermatozoos" -del origen griego "sperma" (semilla) y "zoon" (ser vivo, animal). Recién en 1891 el anatomista suizo Albert von Kölliker (1817-1905) demostró que los espermatozoides eran producto del organismo y que tenían su origen en los tubos seminíferos del varón. Finalmente, y a pesar de las muchas descripciones tempranas del espermatozoide, su papel esencial en la fertilización no se demostró hasta 1877, cuando Hermann Fol (1845-1892), observó la penetración de un espermatozoide en un óvulo. Su trabajo fue realizado con especies de invertebrados marinos ya que la fecundación ocurre fuera de la hembra. Trabajos previos demostraron la interacción del espermatozoide y el óvulo, pero no pudieron demostrar la penetración del primero en la célula germinal femenina. Ejemplo de estos avances previos son los trabajos de Bischoff (1807-1882) en 1847, cuando fue uno de los primeros en proponer que el espermatozoide tenía una acción directa al sostener que la fecundación se debía a la proximidad entre ambas células. 

Si bien se supo desde antaño que el acto sexual era necesario para la creación de un nuevo ser, los mecanismos básicos por los cuales este nuevo individuo era formado no fueron comprendidos y fundamentados hasta el siglo XVI. Resulta interesante observar que desde la época de los egipcios tuvieran que pasar miles de años para que el desarrollo del conocimiento humano sentara las bases para la comprensión de la reproducción humana. Asimismo, para poder determinar que el espermatozoide y el óvulo eran la mínima expresión de un futuro ser fue necesario no sólo el aporte de diversos autores, sino también de diferentes ramas del conocimiento, tales como la medicina, la zoología, la química y la filosofía.